Me gusta abrir opiniones con aforismos del sabio. “Morir mañana es tan bueno como morir cualquier otro día. Cualquier día está hecho para ser vivido o para abandonar el mundo”, y en ese parafrasear de Coelho puede o debe estar el sentimiento de algo que está pasando y que no somos capaces de ofrecer alternativas válidas para frenar su evolución de sentido.
Quizás en estos tiempos -más confusos que dinámicos- hay que superar el discurso del no hay alternativas al despoblamiento que escuchamos demasiadas veces, y aunque sea una parte del territorio, pensar en nuevos modelos, nuevas políticas y acciones coordinadas, para evitar la pérdida cultural y ambiental que supone el fin del mundo rural. Creo que este pensamiento podría ser una reivindicación -tal cual nos advierte el profesor De Romero, de la Universidad de Valencia.
Está claro que el éxodo rural del siglo XX, cuando los pueblos empezaron a quedarse vacíos, circunstancia que se agravaría con la crisis económica de principios de siglo, provocaría movimientos de población al extranjero, a las zonas de costa y a las ciudades. Sin duda, es un problema de igualdad, pues cuando las personas salen no lo hacen por un afán de aventura, sino buscando oportunidades y mejores condiciones de vida. Si seguimos ahondando en el porqué de este grave problema que nos acucia y que no define exclusivamente ese término de la España vaciada, sino algo mucho más profundo y significativo, vemos cómo la construcción y configuración del estado nación española como proyecto liberal se hizo a expensas de la explotación, desarticulación y a veces destrucción física de las culturas rurales. Tal es así, que los estados modernos configurados después de las revoluciones burguesas han desincentivado la vida rural en pro de la industrialización, pero aún así en España ha sido un proceso mucho más rápido e intenso que en el resto de Europa.
Tal vez, en ese deambular de cómo o qué hacer para poder evitar, dar soluciones o provocar reflexiones de ayuda, uno -que busca en la historia pasada la raíz de sus mecanismos de existencia y futuro- quiero provocar pensamientos de ayuda en esa recuperación, no tanto de los bienes comunales como afirma el profesor De Romero, sino en la seña de identidad de ese núcleo rural que haga a esa comunidad que la ocupa, sentirse protagonista directo y provocador de sinergias turísticas como reclamo.
Reflexionar sobre la despoblación tiene que ver con las miradas urba nas a lo rural, con el sentimiento de pérdida, con la búsqueda de vínculos comunitarios, de regresos a lo natural y de recreaciones patrimoniales. Efectivamente, hay una España vacía, apenas poblada desde hace medio siglo, pero también hay una memoria urbana del despoblamiento sufrido durante la modernización, que se acerca a lo rural desde ese punto de vista.
No sé si será un sueño, pero necesitamos una voluntad firme y una creencia hacia nuestro proyecto a la que habrá que dedicar una inmensa capacidad de entrega. Todo está en el creer que es posible, o en el sentir que se puede, o en la misma dinámica de posesión de ilusión. A veces, el deseo no es lo que ves, sino aquello que imaginas, por eso, cada pueblo nacido al amparo de un proceso donde la historia ha generado la cultura de la civilización en la que está inmerso, ha de rebuscar en su pasado para buscar un personaje, un hecho, un acontecimiento, un “tesoro cultural”, un paraje natural intransferible, un reclamo biológico o medioambiental, un creer en su futuro, un no sé qué, que haga a toda su comunidad creerlo como tal, sentirlo como propio y ofrecerlo en dinámica de progreso.
Es, sin duda, esa seña de identidad que iniciaba mi propuesta. Por eso, hay razones para inventariar su germen. Indagar en el pasado de cada lugar, buscando un personaje histórico, literario o popular; recrear un hecho histórico -batalla, documento, tratado, pacto-; reforzar las tradiciones del folclore con el costumbrismo de una fiesta perdida, olvidada, o el desarrollo gastronómico en ese nuevo enfoque cultural; o llegar a hacer sentir el trasfondo religioso como parte vital del acontecer de un pueblo, puede y debe servir de “excusa” para reinventar o provocar esa seña de identidad en la que creer y ofrecer como reclamo turístico.
Creo que entre las sinrazones de quedarse quieto, aceptar el cambio, entonar el “mea culpa”, debe de haber propuesta o intención de hacer realidad algún camino de ida, por eso los mecanismos que pueblos o comarcas han reactivado o si cabe, inventado, deben tener respuesta de apoyo. En mi mente, la Jornadas medievales de Hita en Guadalajara, gracias a la apuesta del profesor Criado de Val, cuando el Arcipreste de Hita le hizo ver un sueño que se ha convertido en una realidad presente que ha caminado más de veinticinco años hacia ese futuro cultural y turístico; su ejemplo no hizo más que avivar ilusiones, y en ese fruto, la localidad de Cañete, en Cuenca, ha querido dignificar la historia trayendo a la modernidad a su Álvaro de Luna, condestable castellano del siglo XV, creando ‘la Alvarada Medieval’ como evento histórico-cultural que ha cumplido veintidós ediciones, con reconocimiento regional y premio de turismo. Por estas y otras razones, lugares como Consuegra en Toledo, Olite en Navarra, Ayllón y Maderuelo en Segovia, la Feria romana de L’Scala en Gerona, la Feria del Románico en Negreira de Coruña, las Jornadas romanas en Valeria de Cuenca, el mercado cervantino en Villanueva de los Infantes en Ciudad Real, las Bodas de Isabel de Segura en Teruel o las Alfonsadas en Calatayud, entre otras muchas, siguen esa línea en la que su seña de identidad, su propia creencia en el camino a seguir, la hacen realidad.
Rebuscar en el pasado o revivir su presente en apuesta de Historia o de Naturaleza, tal como la Marcha Blume en la Huerta del Marquesado en Cuenca; o la reserva de la Biosfera en lugares como Enguídanos de Cuenca; los parques naturales como en el Alto Tajo de Guadalajara, donde el descenso de las maderadas en Poveda de la Sierra, o la Subida al Peñón de Ifach en Calpe, deberán reafirmar deseos de creer en caminos donde la despoblación, realidad sin retorno tal como establecen los mecanismos vanguardistas de un mundo globalizado, detengan la latente supervivencia, reinventen postulados de acción y socialicen propuestas de futuro. Difícil es y será, pero la sociedad debe postular en su camino y los cronistas oficiales de cada lugar, han de servir como apuesta de futuro, en ideas, apoyos, ilusiones y trabajos.
Miguel Romero Saiz
Cronista Oficial de la ciudad de Cuenca y Doctor en Historia. Miembro de la Real Asociación Española de Cronistas Oficiales (RAECO)