Ese Fuero y su fecha confirman que la antigüedad de los Ayuntamientos supera a la del propio Estado y, por supuesto, a la de las Comunidades Autónomas (una auténtica modernidad cuando los tiempos se miden en términos de siglos). Pero además, esos casi 1.200 años aportan algo fundamental: perspectiva, la que permite ver de una manera objetiva tanto la evolución de los Consistorios como la de la propia sociedad a lo largo de este tiempo y, de paso, constatar que ambos, municipios y sociedad, han avanzado de forma paralela.
Así, con esa perspectiva, cuando ya han pasado 17 años de este siglo XXI, nuestras reivindicaciones municipalistas de hoy parecen cuestiones puntuales y, si me apuran, hasta irrelevantes en la inmensidad de nuestra historia. Y, sin embargo, esa misma perspectiva nos dice que no es así, que esos 1.200 años de historia del municipalismo se han construido y consolidado con innumerables momentos y oportunidades, con la persistencia de quienes nos precedieron e insistieron en reclamar cuestiones que, en su momento, también pudieron parecer menores, aunque no lo fuesen. Y que lo que hoy tenemos es un punto en un camino hecho a pasos, a veces largos y otras más cortos, pero pasos firmes y siempre dentro del marco de lo legal y lo legítimo.
Reivindicar así nos fortalece, porque nuestras demandas son justas. Los Gobiernos Locales sabemos lo que somos, no tenemos que inventarnos porque llevamos existiendo doce siglos. Y somos conscientes de que las aspiraciones y el camino que emprendan otros con menos historia no deben distraernos de nuestros objetivos ni de nuestras oportunidades de alcanzarlos.
Por eso, seguiremos insistiendo en demandas tan cotidianas como el uso del superávit, la tasa de reposición de efectivos, nuestro papel en determinadas situaciones y, sobre todo, en un modelo de financiación que nos asegure los recursos y una reforma constitucional que blinde nuestras competencias. Este es el momento.