Fue una nevada histórica en Madrid, y también lo fue en otras ciudades como Toledo, Albacete, Guadalajara, Zaragoza, Huesca, Teruel o Lleida y en otros muchos municipios, algunos muy pequeños. También en Canarias. Aunque en algunos de estos puntos las nevadas son más frecuentes, la gran cantidad de precipitación caída hizo que en más de medio centenar de estaciones de AEMET en la península y Canarias el espesor de nieve se situase entre los 30 y los 50 centímetros y, en algunos casos, lo superase. Filomena se convirtió en una de las palabras más repetidas en los informativos.
Y cuando cesaron las precipitaciones, y Filomena se fue, llegó una ola de frío, con temperaturas que también fueron históricamente bajas. Durante una semana entera, desde el día 10 al 17 de enero, la nieve caída en el centro peninsular se congeló, y las ciudades, especialmente las del centro, como Madrid y Toledo, o las capitales aragonesas y otras castellano-manchegas, tuvieron que afrontar situaciones graves. Con temperaturas alrededor de -10ºC, hasta por debajo de los 20 negativos en algunos puntos, el hielo se adueñó del centro peninsular.
Las grandes vías de acceso a las principales ciudades requirieron para su limpieza el apoyo de la Unión Militar de Emergencias (UME) y de toda la maquinaria y equipos humanos disponibles en estas áreas. Se cerraron aeropuertos, la circulación de trenes quedó suspendida, al igual que la circulación por los centros urbanos. En Madrid, el metro fue el único medio de transporte disponible. Y como consecuencia se resintieron el abastecimiento de mercancías y la movilidad, también a pie. Los servicios municipales y también efectivos de la UME intervinieron en las calles de Madrid, Toledo y otros núcleos urbanos para retirar el hielo de calles y calzadas, abrir corredores de paso para los peatones y vehículos y, sobre todo, liberar los accesos a hospitales. Los propios vecinos se afanaron también en sus entornos y en entradas y salidas a centros sanitarios o sociales.
Las calles de la capital se convirtieron en una suerte de peligrosas pistas de obstáculos. En los días previos al pico de la tercera ola de la pandemia por coronavirus, las urgencias sanitarias de traumatología atendieron a un número multiplicado de pacientes afectados por caídas, resbalones o por los accidentes derivados de la caída de bloques de hielo de tejados y cornisas. Equipos de bomberos y policías locales localizaban las de mayor peligro y perimetraban con cinta las áreas de riesgo. Los parques se cerraron por caída de árboles y, en la medida de lo posible, los servicios locales de jardines actuaban en estas zonas y en las áreas de calles y bulevares donde el peso de la nieve había roto ramas y troncos, o arrancado árboles de sus alcorques…
El frío extremo sumado a la situación de pandemia vino a agravar, más todavía, la vida de muchas familias y personas vulnerables, afectadas por pobreza energética o necesitadas de atención social. Los servicios sociales municipales también multiplicaron su actividad.
Los Gobiernos Locales de muchas de estas ciudades y pueblos solicitaron la declaración de zona catastrófica para sus territorios. Filomena y el frío posterior han sido especialmente gravosos para personas e instituciones. La FEMP, en una Junta de Gobierno Extraordinaria celebrada el día 26 abordó este tema. Carta Local también se ocupa de explicar qué supone el reconocimiento como “zona catastrófica”.
Y más allá de las ciudades y capitales, están los municipios con menos población. En las páginas siguientes recogemos los testimonios de los Alcaldes y Alcaldesas de algunos de los pueblos más pequeños. En varios de esos puntos la nieve no es excepcional; se suele repetir casi todos los años, con mayor o menos intensidad y con frecuencia son los mismos ediles, junto a vecinos del pueblo los que se encargan de retirar la nieve con la maquinaria disponible o con sus propios tractores.