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16 Abril 2024

Amelia Valcárcel: La democracia es superior a cualquier religión

Amelia Valcárcel (Madrid, 1950) es Catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED y además, miembro del Consejo de Estado, Vicepresidenta del Real Patronato del Museo del Prado y patrona de la IUMP. Autora de una decena de libros, cincuenta capítulos en obras colectivas y más de cien artículos, ha sido dos veces finalista del Premio Nacional de Ensayo con los libros Hegel y la Etica (1987) y Del miedo a la Igualdad (1993), Valcárcel es también exponente del llamado feminismo de igualdad. Sus libros más recientes son Hablemos de Dios (2007) y Feminismo en el mundo global (2008, 2009).



¿Cómo puede responder la filosofía a la desigualdad entre hombres y mujeres?

La filosofía ha sido de gran ayuda para esto; hay una gran filosofía misógina, que ha obstaculizado la libertad de las mujeres, y una gran filosofía feminista que, por el contrario, ha dado los argumentos que han servido para que la libertad de las mujeres y de todos los demás fuera un bien reconocido. La filosofía está en la base de la democracia, y la democracia es un tipo de gobierno que sin la filosofía no funciona.

¿Qué es el feminismo de igualdad?

Es un feminismo que entiende que la categoría central para pensar en las mujeres y en los varones es la de ciudadanía; es en “ciudadanía” en lo que nos hemos de reconocer iguales y, en ese sentido, nadie debe tener, por mor de su sexo, una merma de derecho; así, el feminismo se utiliza como una teoría política, una extensión de la democracia y una de las teorías fundamento de ésta.

¿Cuotas y políticas positivas para mejorar la representatividad de las mujeres en los estamentos de Gobierno?

En una democracia avanzada como es la nuestra el feminismo pide paridad; la política de cuotas puede servir para un colectivo pequeño con mala formación de salida; pero las mujeres tienen la misma formación que los varones y no alcanzan lo mismo que ellos porque no hay imparcialidad; la paridad busca que la imparcialidad exista.

En la actualidad se habla de una crisis de ideologías ¿hasta qué punto es exacto?

Yo creo que las ideologías, en el sentido clásico, no han sido buenas, en especial las últimas, porque han organizado formas totalitarias de Estado. Pero la gente tiene ideas, y la democracia necesita muchas, porque es un sistema vivo y, si no se trabaja, se desactiva y entonces corre severo peligro. En el momento actual, de globalización, en el que conviven formas de vida muy diferentes, los ciudadanos sí están seguros de una cosa: de que la democracia es superior a cualquier otro régimen político que hayamos conocido y, en ese sentido, vivimos en un tiempo de certezas que la Humanidad nunca había tenido.

Quizá por esa certeza de la democracia choca un poco ver los radicalismos religiosos que afloran ¿vamos hacia nuevos equilibrios?

La vida no se puede parar, y no podemos imaginar que existirá nunca un momento en el que todo esté en paz y no haya nada nuevo; lo que nos toca vivir ahora aquí, en Europa, es un problema del fundamentalismo religioso de una religión en concreto, que es el islam; se trata de un desafío enorme que tienen las democracias; vivimos en sociedades con una gran migración, y es dentro de estas sociedades donde hay personas que pueden no aceptar la democracia enteramente; eso nos pone en un estado de tensión fuerte porque, sobre todo, no queremos demonizar a otros, porque somos demócratas y partimos de la tolerancia; sin embargo, tenemos un problema profundo, porque hay formas religiosas que son incompatibles con una concepción abierta y democrática; y es preciso que esas formas religiosas hagan lo que han hecho ya otras religiones –no siempre de buen grado- que es adaptarse a la democracia, porque la democracia es superior a cualquier religión. La democracia nos da el suelo de libertad en el que podemos movernos, nos da empoderameinto y dignidad; las religiones nos dan otras cosas.

Si fuese Alcaldesa, qué haría

Depende de la ciudad. La ciudad siempre se ha considerado hermosa, y ha de serlo tanto estética como moralmente. Una ciudad tiene que tener un ambiente limpio, pacífico, donde la gente pueda perseguir su propio bien con cortesía hacia todos los demás, y todas las políticas que contribuyen a esto son buenas.

 


 
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