La convivencia ciudadana: un reto para los Gobiernos Locales, por Rafael Jiménez Asensio, Autor del libro Convivir en la ciudad
Las ciudades españolas atraviesan, sin duda, momentos difíciles en lo que a convivencia ciudadana en el espacio público se trata. Los problemas que plantea la convivencia ciudadana en el espacio público se están incrementando gradualmente en nuestras ciudades. Es necesario reforzar la idea de respeto activo y los deberes y responsabilidades de los ciudadanos como sustento de la convivencia en un espacio público que muestra ya claros signos de agotamiento.
Aunque es un fenómeno de “geometría variable”, algunas ciudades españolas, tal como recogen los medios de comunicación, afrontan una serie de fenómenos singulares (que no están extendidos en todo el territorio, tales como la presencia del burka, la prostitución, el top-manta, y la mendicidad organizada, entre otros), mientras que la práctica totalidad ven cómo proliferan conductas de naturaleza incívica que se reiteran por doquier (vandalismo, botellón, contaminación acústica y visual, realizar las necesidades fisiológicas en el espacio público, ocupación del espacio, falta de respeto a los demás etc.). Asimismo, a la inmigración se le ha pretendido “culpabilizar” de ese estado de cosas, cuando tal fenómeno no es, ni mucho menos, la causa principal de esa caída en picado de los hábitos cívicos en la sociedad española del siglo XXI.
El desfallecimiento de las pautas de convivencia en el espacio público tiene causas muy complejas, pero principalmente se debe a la inexistencia de unos hábitos cívicos (a la mala educación) y al declive de las responsabilidades ciudadanas, como consecuencia de una sociedad hedonista, que ha hecho del consumo masificado una de las razones de su existencia y con una fuerte presencia del individualismo (el imperio del “yo” y el abandono del “nosotros” o del “ellos” en el espacio público).
Los espacios públicos se perciben por buena parte de la ciudadanía como “algo ajeno”, un lugar en que todo cabe porque no es “de nadie” y se afirma con todo desparpajo que en el espacio público –como es de todos- se puede hacer lo que uno libremente quiera. Una estrecha concepción de la idea de libertad. Esa ajeneidad representa un distanciamiento del sentido de pertenencia a la ciudad, un aspecto que debe ser objeto de honda reflexión.
Los problemas de convivencia han emergido con fuerza en los últimos años y son fuente permanente de conflictos, tensiones, quejas o descontento ciudadano. Pero no es suficiente con quejarse. Cabe llevar a cabo una defensa de la idea de “respeto activo” (Adela Cortina) como cauce de convivencia. La convivencia exige, en efecto, una actitud de responsabilidad activa por parte de los ciudadanos: ser ciudadano requiere inevitablemente asumir responsabilidades para con los demás y para con la ciudad. Como expuso Victoria Camps, “cuando todo se plantea en términos de derechos, falta un lenguaje público de la responsabilidad o de los deberes recíprocos”.
Frente a la degradación de los espacios públicos los Ayuntamientos tienen instrumentos limitados de acción. El problema muchas veces les desborda. Necesitan (y necesitarán) “ayudas” tanto del Estado como de las Comunidades Autónomas. La educación es una pieza fundamental para reforzar la convivencia, pero asimismo la prevención debe cumplir un importante papel. Y cuando todos esos instrumentos preventivos fallan, no cabe otra solución que recurrir a los poderes coactivos (aplicación del derecho sancionador), pero esta opción no deja de plantear muchos problemas de aplicación efectiva y debe ser repensada en sus contenidos (más medidas comunitarias y menos sanciones pecuniarias). Lo importante es –como resaltara Pettit- que los ciudadanos interioricen las normas y se identifiquen con ellas.
La única solución cabal para reforzar la convivencia ciudadana es, sin duda, que los ciudadanos incrementen sus sentido de pertenencia a la ciudad y a sus espacios públicos (que tengan “orgullo” de ciudad), que los preserven, los cuiden, los hagan suyos, que respeten a las personas que por ellos transitan o a aquellas otras que viven en zonas colindantes no perturbando su descanso o su tranquilidad, así como que adopten conductas ecológicamente responsables.
Este es un largo proceso en el que no cabe desfallecer. La situación de crisis económica está afectando seriamente a la cohesión social y está impactando con fuerza sobre el espacio público contribuyendo a su proceso de degradación. La limitación de recursos de nuestras entidades locales en los próximos años conducirá necesariamente a una política de baja inversión en lo que al espacio público se refiere. Por eso es más necesario que nunca construir por parte de los Ayuntamientos que salgan de las próximas elecciones del 22 de mayo una política pública de convivencia ciudadana en el espacio público que tienda a la preservación de éste, a reforzar las mores ciudadanas y el sentido de responsabilidad de las personas. No caben excusas. La tarea es necesaria y urgente.
Rafael Jiménez Asensio